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Arqueología de la sensibilidad y la violencia

  • Foto del escritor: Figuras del Discurso
    Figuras del Discurso
  • 3 jul 2020
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 1 ago 2020


El proyecto “La genealogía de los sentidos y de las violencias”, o bien “La arqueología de la sensibilidad”, se piensa como una revisión teórica e histórica en torno al cuerpo y sus sentidos. Las sensibilidades son efectos de tecnologías heterogéneas con historia y espacio específicos. Cuando hablamos de sensibilidad nos referimos a múltiples elementos: relaciones, lenguaje, códigos, instrumentos, normas y saberes, que producen la percepción y autopercepción de nuestro cuerpo. Nadie tiene un cuerpo, éste es producto de relaciones que lo definen y organizan. A partir de este proyecto, en vez de pensar conceptos específicos desde la jerga académica, nosotros revisaríamos gestos en la experiencia y la modificación de los cuerpos.

En un principio nos damos a la tarea de pensar el cuerpo como efecto de singulares violencias históricas, que moldearon formas de exclusión, sumisión, incluso de exterminio, estudiando los sentidos de la violencia sin afanes de generalización ni histórica ni geográfica en las formaciones discursivas específicas. Pensamos así la aparición de la violencia en forma de una marca en el cuerpo: la crueldad, la desaparición de mujeres, el asco en lo social, los cuerpos desechables, las fosas comunes, los refugiados, las pedagogías de la crueldad. Estudiamos los mecanismos de poder allí donde estos se encarnan en los cuerpos. El poder, sabemos, ha dictado, valores y prácticas tanto al cuerpo como a distintas disciplinas (el arte, la filosofía, la literatura, la teoría política) que los mantienen aislados y fragmentados, limitando sus capacidades creativas y de transformación.

En esa misma situación, podemos decir de aquellos gestos, aquellos cuerpos, cuerpas y sentidos que se oponen a esos ejercicios de violencia. Gestos –que “hacemos cada día, durante todo el día, y también sin darnos cuenta” (Didi-Huberman, Sublevaciones 28)– como formas corporales, como fuerzas que nos levantan, que nos sublevan. Gestos como las miradas, las posiciones (la inclinación), los disfraces (el travestismo), las escrituras (de los muertos y la narrativa de las fosas comunes), los cuerpos melancólicos, las aceleraciones pero también las desaceleraciones, que implican movimientos corporales y sensibilidades otras: una visibilidad feminista, la memoria de los muertos, el cuerpo en el arte como irrupción, imágenes anacrónicas.

Los gestos también pueden ser prácticas del intersticio (o del injerto, del empotramiento, del resquicio o del reducto) que implican fugas emancipadoras y de desujetaciones críticas, desagregaciones del Estado-nacional y del mercado mundial, como respuesta al funcionamiento social micro-fascista y a su disciplinarización recurrente. Y que también crean nuevas y novedosas formas de vida, que según nuestras primeras intuiciones, toman de modelos sociales de la animalidad y sus manadas, del tribalismo urbano, de las multitudes y sus devenires, de subjetividades sin derechos y por lo tanto sin ciudadanía, y de hordas enquistadas en las formas de vida dominantes.

Así, ante los dolorosos y agotadores procesos de dominación, es justo un cuerpo que genera intersticios, que generar grietas en la estructura a pesar del dominio. El hacer intersticios como una práctica de horizontalidades y sus relaciones (rizoma). Es decir, una práctica que se esfuerza por salir de las jerarquías: de verdad, de género, de identidad, de valor, de cuerpo. Y que se arriesga al desbordamiento de lo que puede un cuerpo.

La experiencia de las mujeres, en otro ejemplo, está marcada en nuestra carne. La sororidad es un comportamiento que nace de una sensación en el estómago más que en la expresión de la razón, un comportamiento que surgiría de escuchar con la piel, y decidir acompañar a otra mujer. Se trataría de entender la experiencia cotidiana de las mujeres, y de buscar las formas, los gestos en que expresamos esa experiencia. Estas fuerzas están encarnadas en los cuerpos, las formas de decir y la repetición de la costumbre. A partir de allí, pensar la empatía, y pensar con empatía, como una reconstrucción de la experiencia del otro, y por tanto, que implica cierta identificación, aunque sólo sea momentánea, con él. La empatía como mediación de nuestro comportamiento que nos permite pensar más allá de los “ascos” que marcan los discursos.

Desde estos ejemplos nos interesa pensar en una historia de la corporalidad no referida a la soberanía, el mercado y la verticalidad, sino a los gestos, silencios, códigos ocultos, aprovechamiento del anonimato y ambigüedad intencional, que desarticularon los efectos del poder y permitieron pensar las distintas corporalidades.

La propuesta intenta ser en primer lugar un taller entre alumnos y alumnas de humanidades y artes, para concluir en un Congreso en el que la reflexión produzca piezas artísticas en una discusión, que nunca ha llegado, entre las humanidades, la teoría crítica y el arte contemporáneo.



 
 
 

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